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Kintsugi, «carpintería de oro»

En la segunda mitad de 1400 el shogun Ashikaga Yoshimasa gobernaba Japón,  un día se le rompió el cuenco favorito donde bebía el té. No resistiéndose a perderlo, lo envió a China donde había sido fabricado para que intentaran repararlo. Después de una larga espera, le devolvieron el tazón, sin embargo… ¡qué decepción! Había sido reparado con grapas metálicas que no conseguían tener unidas a las piezas: por lo tanto, quedaba  inservible para la ceremonia del té. Además la taza había perdido la gracia que la había convertido en un objeto tan apreciado por el soberano.

 

Yoshimasa no se rindió y ordenó a algunos artesanos japoneses que inventaran una forma de reparar la cerámica uniendo perfectamente las piezas rotas. El resultado fue sorprendente: los fragmentos fueron soldados a lo largo de las grietas con oro líquido y la taza recobró una inesperada belleza.

 

Probablemente sea solo una leyenda, pero la verdad es que el kintsugi – en japonés  “carpintería de oro” –  es desde hace seis siglos un arte original y aclamado de la restauración de la cerámica. La historia también dice que algunos coleccionistas japoneses rompieron deliberadamente cerámicas preciosas, para que fueran saldadas sus piezas rotas con el oro, tan sorprendente era el resultado y el éxito de kintsugi. El hecho es que objetos rotos y dañados pueden convertirse en verdaderas obras de arte, valoradas incluso más que cerámicas  intactas, y que objetos de la vajilla destinados a la basura pueden tener una nueva vida.

 

El gran descubrimiento del kintsugi está en ese gesto: en lugar de ocultar el daño, se le da una nueva apariencia, no trata de arreglar un defecto, no prueba  a repararlo con el fin de restituirle la perfección, sino que sencillamente transforma la pieza rota en algo diferente y completo al mismo tiempo. En la cultura del usar y tirar, aprender este arte de la restauración me produce  el efecto de tener frenar y parar, con calma y tomándome el  tiempo necesario replantearme muchas cosas. Y no hablo sólo de cerámica, naturalmente.

Una fractura, una lesión deja una herida que puede parecer a veces imposible de cerrar, y este peso lo llevamos dentro como una integridad perdida, como algo que tendemos a ocultar.  Sin embargo, el dolor es parte de la vida, forma parte, con más o menos fuerza, de la vida de todos, a cualquier edad, en cualquier cultura o condición social a la que pertenezcamos.

Nos recuerda que estamos vivos, nos enseña muchas cosas, y cuando se aleja nos deja cambiados y también mejores.  Es este cambio que el oro produce en las ranuras y crea una nueva y valiosa pieza. La cerámica es aún más hermosa porque la restauración pone en luz la recomposición que no entra en conflicto con la partición, la valoriza y le da sentido.

Ambas pertenecen al flujo  de la vida, una ósmosis continua de los opuestos que juntos irradian autentica  belleza.

 

Sobre el  kintsugi me ha hablado una amiga y me pareció ver reflejada su vida, su forma de ser,  en una hermosa cerámica completamente surcada de oro.  Era lógico reaccionar mirando dentro de mí para comprobar si había todavía grietas que recomponer. Me he puesto a la obra, rebuscándome en los bolsillos del corazón el oro necesario para repararlas.

 

En Mujeremprendedora n. 157, marzo 2014

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