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Un futuro para Venezuela

¿Han entrado a robar alguna vez en vuestra casa? En mi casa sucedió cuando era adolescente: al regresar a casa con mi madre, encontramos la cerradura forzada y dentro, todo patas arriba. Además de los objetos robados (muy pocos en realidad, porque no había mucho que robar) fue terrible ver «nuestras cosas» tiradas por el suelo… Dentro de mí, un sentimiento de disgusto y rabia y el deseo de limpiarlo y ordenarlo todo para recuperar de nuevo ser dueños de nuestra intimidad.

Recordé esa sensación cuando, hace unos días, vi la foto de Lilian Tintori dentro de su casa en Caracas, devastada por la «visita» de un grupo de personas que varios testigos identificaron como miembros del Servicio Bolivariano de Inteligencia (Sebin). En este caso no se trataba de simples cacos que entraban a robar, sino de gente que entraban ilegalmente en el espacio de una propiedad privada por razones políticas, siendo Lilian Tintori y su esposo Leopoldo López opositores de la dictadura chavista.

Me impresionó la dignidad de la reacción de Lilian: «Ellos quieren perseguir a los que estamos luchando por la libertad. Es difícil, pero estoy en mi casa y la voy a ordenar, voy a ordenar cada cosa que tumbaron al piso. Cada cosa que destrozaron la voy a poner en su lugar. Esta es una casa firme como Venezuela«.

Admiro a esta mujer precisamente por su firmeza, su coraje y su orgullo, como también admiro a todos los venezolanos que, dentro y fuera de su país, luchan por el triunfo de la democracia, que significa el futuro para su país.

Confieso que cada mañana, una de las primeras cosas que hago es abrir Twitter y ver las últimas noticias sobre Venezuela, porque la crisis prolongada en la que se encuentra este país y de la que parece que nadie quiere, o puede ocuparse, es algo que me incumbe, que nos incumbe.

La diplomacia y el diálogo invocados por muchas partes no parecen haber tenido ningún efecto durante años y, sobre todo, en las últimas semanas, me parecen solamente sinónimos de lavarse las manos, equidistancia, oportunismo político.

Sin embargo, los datos de veinte años de chavismo son en sí mismos una denuncia. Todos sabemos cómo ese país se ha ido derrumbando, degenerando y empobreciendo poco a poco.

Venezuela tiene siete de las cincuenta ciudades más peligrosas del mundo y la capital, Caracas, ocupa el primer lugar desde 2014. Volver a casa sin riesgo es un desafío diario. Tener que someterse a bandas armadas (grupos criminales dirigidos desde las cárceles, las comisarías de policía o las milicias chavistas) se ha convertido en una práctica normal para las personas que viven en los barrios populares. Estas bandas y milicias -¡paradoja del ‘cinismo sociológico local’!-  se llaman «colectivos».

La hiperinflación alcanzó el 1,5% en 2018 y se prevé que alcanzará los diez millones en 2019. La inflación muy alta disminuye el valor de los salarios todos los días. Con un salario mensual mínimo, solo se pueden comprar 12-15 huevos, el salario mínimo, unos 18 mil bolívares, equivale a solo 5,4 dolares por mes, con un poder de compra de solo el 4,3% de los alimentos necesarios a una familia cada mes. En la práctica, un hogar necesitaría 23 salarios para cubrir el requisito mínimo mensual de alimentos.

El abastecimiento se ha convertido en una prerrogativa exclusiva de los comités patrióticos (CLAP) y de las redes usurarias o delincuentes.

El 68% de los niños de hasta cinco años tiene una deficiencia nutricional. El estado se ha negado a reconocer la emergencia sanitaria durante cinco años y ya no publica estadísticas de salud después de la epidemia del virus Chikungunya en 2014.

El estigma biopolítico como mecanismo de selección social es un método aplicado desde hace mucho tiempo por la revolución bolivariana. La «Lista de Tascon» (del nombre del diputado chavista que la había creado) fue la piedra angular de un modelo efectivo de exclusión: aquellos que el régimen apuntó en esta lista fueron separados de la administración pública, así como de los circuitos comerciales, la distribución de bienes y la asistencia social estatal.

Otro indicador de los segregados por el chavismo son los ríos de personas que abandonan la emblemática patria del «socialismo del siglo XXI”, en el éxodo latinoamericano más importante de los últimos 50 años: 4,1 millones de venezolanos (12% de la población) han abandonado el país; el 98% lo hizo después de 1999: 1,5 millones hasta 2015 y 2,6 millones después de 2016.

¿Alguien considera todavía injustificada esta huida masiva desde el país que posee las reservas de petróleo más grandes del mundo, pero de las que se beneficia solo el gobierno y no el pueblo?

¿Todavía hay alguien que duda que el chavismo y sus aliados solo están tratando de obtener más tiempo, como siempre lo han hecho, para darle a su trágico gobierno una apariencia de eternidad?

En Mujeremprendedora n. 214

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