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El sentido del 8 de marzo

«En el fondo, para nosotros de la redacción  cada día es un 8 de marzo», comentaba de forma espontánea hace unos días con mis compañeros de  la redacción. Me refiero a que nuestro compromiso y nuestro esfuerzo diario es poner de relieve, a través de noticias, entrevistas, reportajes…, la presencia de las mujeres en el mundo laboral, su contribución a la sociedad, sus logros, no sólo aquí en España, sino en el mundo-y, por supuesto, los retos pendientes, que todavía, son muchos.

Todo esto, en una clave de lectura  que es el fundamento de la línea editorial del Grupo Informaria, en el cual  Mujeremprendedora es, en opinión de muchos, la «perla» de nuestra empresa informativa.  El conjunto de principios y valores por los que se rige la actividad periodística de nuestros medios se fundamenta en defender el pluralismo y el respeto, por eso nos preguntamos siempre antes de publicar cualquier texto  si este es «es constructivo”, si aporta algo de positivo al lector, si supone un impulso aunque sea pequeño pero real, para el progreso de la sociedad.

Lo sentimos como un deber – un deber amado, se entiende, no impuesto por nadie- el de dar visibilidad al universo femenino que se mueve en el ámbito empresarial, en el de la educación, de la ciencia o de la investigación… Un modo de potenciar una cultura nueva, de hacerla crecer, libre de prejuicios, donde toda mujer sea respetada por lo que es, donde pueda realizarse, en aquel puesto donde tenga que aportar su contribución, sin restricción alguna por razón de su sexo, en plena libertad.
Sin duda, va por lo tanto apoyada la iniciativa de ONU MUJERES que este año   centra su  atención sobre la mujer en el cambiante e inestable mundo laboral, por un planeta 50-50 en 2030. Un Programa articulado que tiene que involucrar a toda la sociedad, desde los gobiernos a los sindicatos  y a  todas las organizaciones a nivel  internacional, para promover la igualdad en los 5 continentes. Sin embargo, me gustaría señalar que la igualdad no es sólo una nivelación de las funciones y facultades en relación con el hombre. El 50/50 debe ser un medio, no un fin.

Y puedo entender la idea de poner en marcha, este 8 de marzo de 2017, una huelga de las mujeres en todo el mundo,  que es verdad  también que va adquiriendo connotaciones diferentes en cada  país, con un denominador común: una reivindicación transnacional para poner fin a la violencia de género como instrumento de opresión y explotación a escala mundial. «Si mi vida no vale la pena, me paro y no produzco,» es la consigna que se ha traducido en varios idiomas y que está dando la vuelta al mundo.

Sin embargo, advierto una  excesiva politización de la iniciativa, ya en la convocatoria, con la que se pretende  reconstruir  un nuevo internacionalismo feminista. Entre las reivindicaciones, por ejemplo, no comparto la defensa a toda costa de la legalización del aborto como un logro.

Me pregunto entonces: ¿las mujeres no nos merecemos nada más que una paridad de número o de reivindicaciones teñidas de ideología que excluyen a las que piensan de manera diferente? ¿No tenemos la fuerza y ​​la inteligencia  suficiente para unirnos en nombre de valores universales y compartidos?

Creo que el 8 de marzo debe superar cualquier barrera, incluso entre las propias mujeres. Me gustaría que fuera un día que uniera idealmente todas las mujeres del mundo: a las mujeres sirianas y a las monjas de clausura, a las cuidadoras de familiares enfermos y a las representantes políticas de las naciones, a la reina Rania de Jordania y a Asia Bibi, en prisión en Pakistán porque es cristiana… Ninguna mujer  excluida.
Porque  nuestro mundo, el mundo que queremos para hoy y para mañana tiene necesidad de todas las mujeres, independientemente de su raza, credo y condición social al que pertenecen. Entonces sí, también el 8 de marzo, tendrá sentido.

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