Un artículo publicado en The Guardian por el periodista británico Will Hutton a principios de febrero defiende esta tesis: la velocidad de las redes sociales anima reacciones instantáneas y no meditadas. Y a menudo estas reacciones son violentas. El razonamiento de Hutton se desarrolla esencialmente en tres puntos. En primer lugar, vivimos en un nivel de conectividad nunca antes experimentado (controlamos el móvil una media de 200 veces al día), pero estar conectados al instante no sólo es un hecho positivo; de hecho también transforma la estructura misma de nuestro pensamiento. En segundo lugar, la negatividad y la arrogancia se difunden en la red porque la misma velocidad de las redes sociales favorece reacciones instantáneas, como señala en sus informes Tim Berners-Lee, el inventor de la web. A esto se suma que las cosas que nos hacen enojar tienen diez veces más probabilidades de ser retuiteadas que las que nos hacen felices.
En tercer lugar, (y aquí Hutton cita al premio Nobel Daniel Kahneman) nuestra forma de pensar avanza sobre dos pistas: existe un pensamiento rápido, instintivo, irracional, hiperemotivo y existe un pensamiento más lento, ponderado, reflexivo (y fatigoso). Debemos ser conscientes – Hutton señala – que hoy en día el debate público es más emocional y rabioso de sus protagonistas ya que la velocidad de las redes sociales anima las respuestas emocionales, las posiciones más banales y extremas. Y, sin duda, concluye el artículo, el advenimiento de las redes sociales cuyos protocolos tengan que tomarse más tiempo para pensar parece bastante improbable.
¿Cómo gestionar la interacción y la manera de deshacerse de los comentarios tóxicos? Además de The Guardian, el Washington Post, el New York Times y Mozilla se están cuestionando sobre el tema. Muchos medios de comunicación online han eliminado los comentarios de los lectores porque para moderarlos los costes de tiempo y energía son muchos; evitarlos relegándoles a las redes sociales, sin embargo, no es una solución, por no hablar de que estas publicaciones online, al evitarlo pierden una importante cuota de interacción con los lectores.
El argumento no es simple. Si la velocidad estimula comentarios violentos y emocionales, el anonimato los priva de consecuencias, y el hecho de que este tipo de comentarios sean los más compartidos en las redes sociales nos da un incentivo para que muchos continúen en la misma longitud de onda.
Por otro lado las interacciones en la red forman ya parte de la vida de todos y reflexionar sobre el estado de ánimo que domina en las redes sociales creo que es importante y necesario.
Se estima que las personas conectadas hoy en día, especialmente a través del móvil, son 3,2 mil millones. Se comprende, por tanto, que la red y sus estados de ánimo, contribuyan a dar la percepción global de las cosas. ¿Queremos dejarnos dominar por esta «percepción global» sea la que sea, o queremos entrar en esta nueva ágora planetaria como actores, o quizás mejor como personas con pensamientos propios en busca de la verdad o al menos de la objetividad?
No existen soluciones fáciles a problemas complejos, especialmente si estos tienen que ver con el comportamiento de un gran número de personas.
Sin embargo, un primer paso podría ser que cada uno se hiciera responsable de su propio comportamiento en la red, tal y como se hace en la vida real. Al mismo tiempo y como una parte esencial de la solución, «frenar», es decir, utilizar el pensamiento lento, aquel que distingue, compara, verifica y no se deja condicionar por el miedo y la ira. ¿Difícil? ¿Agotador? Desde luego que sí. Sin embargo, más justo, más digno y especialmente más constructivo. No hay que olvidar que la acumulación de toxicidad mata… y en este caso el muerto será nuestra mente, nuestra conciencia.
Así que mi consejo, que en primer lugar me doy a mí misma y que ahora os transmito es: en primer lugar piensa y después publica.