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Mayorías que no hacen ruido

Hay algunas expresiones que han entrado en el lenguaje común y que utilizamos a menudo quizás ignorando el origen o, más importante aún, sin ser conscientes de su peso. En estos días he reflexionado sobre la expresión:  mayoría silenciosa. Silent majority, el inglés en este caso es necesario  porque el término se difundió en los Estados Unidos en los años 60, aunque para ser exactos, hay que decir que a finales del siglo XIX y durante varias décadas fue utilizado por el movimiento feminista  a favor del  sufragio universal para indicar las mujeres. Sin embargo, fue el presidente de EE.UU. Richard Nixon, a finales de los años 60, que la lanzó con el significado que conocemos para definir una mayoría poco comprometida con la política activa, tendencialmente conservadora, ajena a las manifestaciones callejeras, que se expresa sólo en el momento de la votación y, probablemente, a favor de las decisiones gubernamentales. Como decir: quien calla otorga.
Hoy, por poner un ejemplo, se llama «mayoría silenciosa» a  la población de Cataluña – la mayoría numérica de hecho – que aún no se ha expresado públicamente sobre la posible separación de España. Y en este caso – saco las conclusiones escuchando humores y pareceres de varios colores – yo no diría que aceptan la política del actual gobierno catalán, tenazmente  independentista.
Situaciones similares, al menos en la dinámica, las encontramos probablemente en todos los países. Pero ¿por qué este silencio? ¿Es desinterés, protesta, “omertà”? Creo que no se puede generalizar y que  cada caso merezca una mayor rigurosa observación para ser evaluado.
Pero si tratamos de levantar la mirada por encima del panorama occidental, nuestros ojos se cruzan con los miles de millones de ojos desconocidos, «mayorías silenciosas» que no hablan no porque estén  de acuerdo con el sistema o porque no tienen nada que decir. Ellos no dicen nada porque no tienen voz.
Me ha llegado como una sacudida una noticia de finales de octubre, titulo:

«Los desastres que no salen en las noticias”. Algunos pasajes del texto: “En América Latina, 99 de cada 100 desastres son locales y no aparecen en los medios y sin embargo han costado a la región más del 90% de las pérdidas de viviendas y la mitad en vidas humanas… La investigación, que analizó tendencias y estadísticas sobre desastres en 16 países latinoamericanos entre 1990 y 2011, comprueba que todos los días del año, en los últimos 22 años, se han presentado hasta 9 desastres en los países estudiados…”

¿Otros ejemplos que no salen en las noticias? Las guerras olvidadas (que, sin embargo, siguen matando), las crisis humanitarias (que involucran a millones de personas), las mujeres que todavía no tienen derechos en muchos países (que también son millones).  Cifras impresionantes, omitidas  a menudo por el  silencio culpable de los  medios de comunicación, rechazadas por la arrogancia de algunos políticos y por algunos gurúes de turno que pasan el tiempo opinando sobre otras cuestiones innecesarias y absurdas.
Además, hay otra mayoría que no hace ruido: la que se levanta cada día consciente de que debe dar a la sociedad  (a su propia familia, para empezar) algo más, que está convencida de que su trabajo depende sólo de él o de ella, que sumado a la labor de todos mueve la economía para que otros puedan encontrar un trabajo,  que no dice nada porque no tiene tiempo para chismes, porque lo importante es actuar e ir donde hay desastres, emergencias…
¿Y qué decir de esa muchedumbre cada vez mayor que va a encontrar a Francisco? Miles y miles de personas, no pagadas, ni obligadas por nadie,  que acuden  los domingos y miércoles a la Plaza de San Pedro en Roma. Una noticia  que lo es a conveniencia de los medios, solo cuando se le puede sacar partido  “inconvenientemente”. Mientras, al mismo tiempo y desgraciadamente se prefiere dar espacio a esos grupúsculos de manifestantes que desfilan llamándose “mareas” al ritmo de consignas facilonas y demagógicas.

Creo que todos nosotros, que por diversas razones hablamos  a través de los medios de comunicación, tendremos que aprender algo de este «lenguaje del silencio» para ser capaces de traducirlo, explicarlo y transmitirlo a nuestros contemporáneos. No se necesita mucho, es cuestión de corazón, de honradez, de civilización. Se trata de preguntarnos: ¿de qué parte estamos?

 

 

Mujeremprendedora n. 153, noviembre 2013

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