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Una respuesta de humanidad

Llegaron a las cuatro de la madrugada: hombres, mujeres, niños… incluso un recién nacido. Los dos contrabandistas rusos los habían abandonado a unas pocas decenas de metros de la costa pedregosa. El mar estaba muy agitado y el velero había volcado. Muchos habían caído en el mar. Gritos de terror, pidiendo ayuda…

Los propietarios y el conserje del hotel del pequeño pueblo ubicado justo en frente llegaron inmediatamente. Y, junto a ellos, otras personas. El bote salvavidas se puso inmediatamente en funcionamiento. ¡Había que actuar rápidamente! Muchos buzos prestaron ayuda a pesar del agua helada y el fuerte viento. También llegó el alcalde, luego los carabineros, la policía, el cuerpo de bomberos, la autoridad portuaria, los voluntarios de Cruz Roja… y muchos ciudadanos.

Los náufragos fueron acompañados al hotel. Hubo quien se quitó el chaquetón para calentarlos, mientras otros traían mantas, ropa y estufas. Pero, de pronto, se oyó otro grito desde el velero: una madre se había quedado atrapada junto a su hijo y se estaban ahogando. Dos policías se zambulleron en el agua y los pusieron a salvo. Solo una única persona no fue encontrada a pesar de estar buscándola durante horas, en vano. Los otros estaban todos a salvo, 51 prófugos kurdos.

Mientras tanto, localizaron a los contrabandistas: habían pedido alojamiento en un hotel en otro pueblo cercano, haciéndose pasar por turistas con sus maletas. El portero se dio cuenta inmediatamente de que los documentos eran falsos y tras asignarles una habitación llamó a los carabineros. En el equipaje encontraron mucho dinero y todo su equipo. Inmediatamente fueron detenidos y el mismo día fueron condenados a tres años de prisión en un proceso por “direttissima”.

Los migrantes fueron trasladados a un centro de acogida que se encontraba a pocos kilómetros de distancia, mientras que las madres y sus niños recibieron asistencia en la sala de pediatría del hospital más cercano.

En Facebook alguien escribió que los niños necesitaban ropa y se desencadenó una verdadera competición de generosidad: llegó una gran cantidad de pijamas, suéteres, gorras…

“Fue una noche tremenda, pero estoy orgulloso de mis conciudadanos. Fueron espléndidos”, comentaba el alcalde conmovido. “¿Cómo puede uno permanecer indiferente ante este drama, ante personas que piden ayuda? Necesitamos dejar aflorar a la humanidad”.

Ocurrió en Melissa, un pequeño pueblo en las costas de Calabria, cerca de Crotone, el 10 de enero pasado, en la tierra de la Magna Grecia. Esa antigua Grecia, la cuna de nuestra cultura, a la que solo bastaba una palabra, “xènos” (ξένος), para indicar “invitado, desconocido, amigo”. Hoy, esa palabra ha permanecido en el término xenofobia, miedo al extranjero.

Pero Melissa no ha olvidado sus raíces, su cultura acogedora. Sus habitantes no se han preguntado de dónde venían esas personas, cómo llegaron allí, qué habría dicho la Unión Europea, si se hubieran convertido en cómplices de los contrabandistas… Vieron a personas naufragadas y se lanzaron a salvarlas. Una respuesta de humanidad. Tal vez lo que falta en la política de hoy y lo que le impide encontrar las soluciones adecuadas para el drama más gigantesco de nuestro tiempo, la inmigración.

En Mujeremprendedora n. 211

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