Antes, durante y después de la jornada del pasado 2 de junio en Sevilla que contribuí a realizar junto a OECA (Observatorio Empresarial para la Consecución de la Agenda 2030) y FAME (Federación Andaluza de Mujeres Empresarias), muchos me preguntaron por qué se eligió la palabra paridad en el título y no la palabra igualdad. Quienes me conocen saben que personalmente siempre he preferido utilizar la palabra paridad, me parece más adecuada cuando nos referimos al objetivo de que hombres y mujeres tengan las mismas oportunidades en el contexto económico, social y político y juntos puedan tomar decisiones relevantes. Y, francamente, creo que incluso aquellos que prefieren hablar de igualdad entienden decir lo mismo.
Sin embargo, y esta no es solo mi visión, sino la de muchos expertos mujeres y hombres, creo que hay una diferencia entre paridad e igualdad.
Paridad significa, repito, hombres y mujeres en las mismas condiciones: paridad de oportunidades en los estudios, en el trabajo, en la carrera; significa quitar los obstáculos y dejar que cada uno y cada una llegue hasta donde quiera y hasta donde pueda. La igualdad, en cambio, es pretender que lleguen al mismo punto, como si no fueran diferentes. Por lo tanto, la paridad también significa valorar las diferencias.
En ningún caso, para lograrla, las mujeres deben ser vistas como una categoría protegida, «desfavorecida», a la que -en lugar de quitarles un lastre de dificultades- se les otorgan «subsidios». Esto sería aplicar una suerte de retórica asistencialista, que como sabemos no produce progreso, sino ineficiencia.
¡Y creo, permítanme decirlo, que, en muchos ámbitos, para nada de sospechosos, hay necesidad de sacudirse esta retórica!
