Mi entrevista a María Luisa de Miguel Corrales sobre su libro «La Alquimia de la Motivación: cómo motivar la voluntad para vivir conectado a tu propósito.»
Ya el título y el subtítulo del libro, como debe de ser, son muy sugerentes con sus palabras-clave: alquimia, motivación, voluntad, propósito… La motivación supone una alquimia: ¿hemos perdido la capacidad de producir esta alquimia? ¿Y por qué?
El proceso motivacional consciente, la voluntad motivada, en cierta forma es un proceso alquímico, porque supone transformar un impulso inicial sin dirección consciente en una fuerza de voluntad firme y perseverante dirigida hacia una meta, elegida con conocimiento de causa. Podría asimilarse, por tanto, al proceso de convertir un vulgar metal en oro, puesto que lograr una meta, hacer realidad nuestras aspiraciones, tiene mucho más valor que el metal dorado.
No es que hayamos perdido la capacidad de ser alquimistas motivacionales, es decir, de autorregularnos motivacionalmente, sino que la tenemos atrofiada, por no usarla. La alquimia motivacional es un ejercicio mental que hay que practicar todos los días. Para ello es necesario conocer en qué consiste, cuál es el programa de ejercicios y entrenamiento mental, que es lo que describo en el libro. Mucho del desconocimiento que hay sobre este tema, se debe a un excesivo protagonismo de la motivación en detrimento de la voluntad y, especialmente, de la motivación extrínseca. Todo ello ha dado lugar a una cultura del impulso, el deseo, el placer y la recompensa inmediata, en detrimento de una cultura del esfuerzo, del aplazamiento del placer inmediato y fácil en favor de un placer más significativo en el futuro.
¿Qué entiende con la expresión “las repúblicas independientes de los motivos”?
Es una manera de hacer ver que la motivación del comportamiento humano no se explica únicamente en base a un conglomerado de diferentes motivos (poder, dinero, popularidad, logro, afecto…). Es decir, que no solo actuamos movidos por el poder, el logro, la necesidad de afecto, pertenencia, etc., sino que la voluntad es el motivo último de nuestras acciones, pues se encarga de poner orden entre los diferentes motivos que nos impulsan a actuar de forma inconsciente.
Todos esos motivos son repúblicas independientes, actuando cada una a su libre albedrío. Quiero más dinero por eso trabajo más, pero también quiero estar delgado para gustar a otros, como no tengo tiempo de hacer deporte y comer adecuadamente, me compro una dieta milagrosa, que abandono enseguida porque también me gusta comer lo que me apetece. En este bucle, en el que se encuentran muchas personas, hay diferentes motivos impulsando distintos comportamientos, sin ninguna dirección, no llegan a ninguna meta porque se van contradiciendo unos a otros. La voluntad es el poder central de la persona, porque es el instrumento que tiene para ejercer una verdadera libertad, una libertad que elige de forma consciente. Para poder elegir así hace falta poner orden, establecer prioridades, decidir enfocarse en una dirección y mantenerla.
Tenemos instintos, necesidades, deseos, valores, muchos, cambiando constantemente y contradictorios entre sí, los famosos motivos, pero también tenemos un árbitro que administra el juego entre ellos: la voluntad. Por eso la voluntad debe recuperar el lugar de ser el motivo último de nuestras acciones. Y es el motivo último porque elige, de entre todos los motivos en juego, cual es el prioritario y por qué, es decir, conoce y puede argumentar porqué ha seleccionado ese motivo, en lugar de otros. Los motivos pueden ser manipulables, dirigirse desde afuera mediante estímulos e incentivos, la voluntad, como dijo Descartes, es tan libre por su naturaleza que nunca puede ser sometida.
El excesivo protagonismo de la motivación en la educación, en la empresa y en la sociedad en general, es una consecuencia de un mundo rendido al placer inmediato.
¿Voluntad y motivación son dos mundos separados? ¿Siempre ha sido así? ¿Cuándo y cómo se ha producido la separación?
Realmente la idea de motivación es mucho más moderna que la de la voluntad. Esta ya estaba presente en la filosofía, en la teología, muy anteriores a la psicología, que es donde nace el concepto de motivación, más o menos a principios del siglo XX.
Por tanto, la voluntad nació primero que la motivación y estaba asociada al ejercicio de la libertad, representando el gran motivo de la acción humana. Si bien, en filosofía y teología ya se hablaba de que las necesidades, las pasiones y los deseos originan impulsos a la acción (lo que hoy vinculamos a la motivación), también se establecía que era la voluntad la que pone orden en todos ellos, dirigiéndola. Podríamos decir que hasta Kant y su concepción tripartita de la mente, la voluntad integraba razón y emoción.
Con el filósofo alemán se comienza a establecer una separación de las actividades mentales que dan lugar a nuestras acciones: por un lado tenemos el conocimiento y la cognición, por otro lo afectivo o emocional y, por último lo tendencial o voluntad. De todo ello comienza a surgir una oposición entre razón y emoción, que mucho después va a derivar en una separación entre voluntad y motivación, porque la voluntad se vincula a lo racional y la motivación a lo emocional.
El excesivo protagonismo de la motivación en la educación, en la empresa y en la sociedad en general, es una consecuencia de un mundo rendido al placer inmediato, a la satisfacción de deseo y a la experimentación continua de emociones agradables. Un mundo que huye de cualquier posibilidad de sentirse mal, del dolor y, por tanto, del esfuerzo y el deber, que se viven como una carga y un malestar. No se habla de la voluntad porque se asocia precisamente a lo racional, al deber, al esfuerzo.
Hoy, afrontando cualquier problemática de nuestra sociedad y del planeta, se invocan soluciones holísticas… parece de lógica. ¿Por qué no se aplica el mismo criterio (al menos según mi percepción) cuando nos referimos al desarrollo de los seres humanos?
Porque no interesa. Una persona con un cerebro integrado, con un ser y un actuar integrados, es una persona con una voluntad fuerte, con un criterio propio que hace prevalecer en sus decisiones frente a los criterios ajenos. Al mercado le interesan personas inconscientes, volubles, cambiantes, líquidas, como diría Bauman, en lugar de sólidas. Al mercado le interesa que seamos “yos controlados”, en lugar de “yos que controlan”, como explico en el libro, porque es la forma en la que puede mantenernos enganchados a la dinámica de producir más (trabajar más), para consumir más. Cuanto más consumimos más se enriquecen quienes realmente controlan las grandes industrias de consumo, que no funcionarían sin poder producir todo lo que se consume.
Reed Hastings, CEO de Netflix, declaró que sus verdaderos competidores no eran Amazon o HBO sino el sueño, porque mientras las personas se dedican a dormir es imposible lograr su atención y dirigirla hacia el consumo de sus productos. Creo que poco más hay que decir sobre hasta dónde quieren llegar a controlarnos para obtener más ganancias económicas. Es mejor mantenernos escindidos, en conflicto permanente entre emoción-razón, motivación-voluntad, porque esto genera malestar y ya se encarga el mercado de vendernos las píldoras mágicas que acaban con él al instante: medicamentos, libros de autoayuda, cursos de milagros, comida basura, redes sociales, Netflix…
Una persona con un cerebro integrado, con un ser y un actuar integrados, es una persona con una voluntad fuerte, con un criterio propio que hace prevalecer en sus decisiones frente a los criterios ajenos.
Para motivar la voluntad se necesita un propósito. Ortega y Gasset considera que cumplir un propósito es una necesidad vital. ¿Hemos perdido la consciencia de que tener un propósito debe ser la “estrella polar” de nuestra existencia en todos sus aspectos, en nuestra vida familiar, en el trabajo, en nuestros compromisos sociales?
Más que haber perdido la consciencia sobre la necesidad del propósito, lo que ha ocurrido es la emergencia de la necesidad de tenerlo. Viktor Frankl ya apuntó hace años que la sociedad industrial y de consumo se ha dedicado a satisfacer todas nuestras necesidades e, incluso, a crear otras nuevas y, en cambio, no sólo no es capaz de cubrir, sino que además ha llegado a frustrar la más humana de todas ellas: la necesidad de sentido.
El consumismo, muy bien incentivado a través de técnicas de motivación extrínseca, nos ha consumido. Nos ha dejado sin valores, sin conciencia, sin realizar nuestras aspiraciones, hacemos y hacemos, compramos y compramos, pero no nos sentimos plenos, sino vacíos. Además, nos faltan asideros, pilares que al ser humano le han aportado certeza, un marco de referencia, como eran la religión o la familia, las instituciones. En un tiempo de máxima incertidumbre, no tenemos o no sabemos en que creer, nos hemos vuelto descreídos. No creemos en la religión, no creemos en la democracia, no creemos en las instituciones, no creemos en la ciencia (el recelo a las vacunas para el COVID es una muestra más de este descreimiento).
Esto nos ha llevado a experimentar una necesidad de creer, de conectarnos a algo más allá de nosotros, de tener pilares, de dar sentido a nuestra vida. El propósito, desde antiguo, cumple esa función, porque representa el yo y mundo ideal de la persona, asociado a sus valores. El propósito es aquello por lo que merece la pena vivir, porque es lo que cada uno cree que tiene valor y, por tanto, es digno de ser defendido, de ser realizado, de esforzarse en ello.
El propósito, como explico en libro, es la nueva religión, una religión personalizada, que lejos de acrecentar el individualismo, la separación o el enfrentamiento puede ser un lazo de unión, una especie de ligazón entre necesidades personales y sociales, un mecanismo para autorrealizarnos y contribuir al bien común a la vez. El propósito puede ser la vía hacia un humanismo social, una religión fraternal que no nace de la imposición de una institución o un comité de representantes de la divinidad, sino de la libre elección de la persona, que no solo la funda, sino que la pone al servicio de otras y la conecta con otras.
El propósito es aquello por lo que merece la pena vivir, porque es lo que cada uno cree que tiene valor y, por tanto, es digno de ser defendido, de ser realizado, de esforzarse en ello.
¿Cómo podemos “aprender el arte de motivar a la voluntad”? ¿Me da algunas pistas?
Dedico todo el capítulo 4 del libro a ello, por resumirlo en las habilidades clave que hay que trabajar para ser un alquimista motivacional, que supone saber como motivar la voluntad para que nuestras acciones estén conectadas a nuestro propósito, diría que son:
- Autoconocimiento, lo que implica saber cuál es nuestro propósito (muy conectado a nuestros valores y potencial) y cuál es nuestro perfil motivacional.
- Inteligencia contextual, es decir, conocer muy bien nuestro entorno y como nos facilita o dificulta la realización de nuestro propósito, o como de alineado o desalineado está con nuestro perfil motivacional.
- Consciencia interna, sobre nuestro cuerpo, nuestras emociones, nuestros pensamientos, nuestra conversación interna y nuestros procesos mentales, y consciencia externa, para ser objetivos, realistas, ampliar nuestra perspectiva, ser empáticos y no volvernos egocéntricos.
- Establecer metas claras, auto-concordantes con nuestro propósito y viables en nuestro contexto y usarlas como guía de nuestra conducta. La meta auto-concordante tiene que ser nuestro mayor estímulo e incentivo, debe tener la fuerza suficiente para motivar la voluntad y que esta fuerza pueda oponerse a todo el campo de fuerzas externas a las que nos vemos sometidos día a día: el móvil, las notificaciones, las redes sociales, la publicidad, los halagos….
- Establecer y ejecutar las acciones que nos van a hacer lograr nuestras metas y procurar que sean lo más alineadas posibles a nuestro perfil motivacional.
- Tener la voluntad siempre antena, dispuesta y a punto para activarla e inhibir los impulsos. Esto implicará poner en práctica diversas estrategias autorregulatorias: controlar y dirigir nuestra atención, evitar la hiper-motivación, autorregular las emociones, mantener una conversación interna de calidad, buscar modelos de comportamiento y referentes adecuados, equilibrar metas de crecimiento y bienestar, controlar el ambiente a través de la contextología, por citar algunas de las que describo en el libro.
- Reflexionar diariamente sobre nuestras acciones y nuestros resultados para aprender de la experiencia y ser cada vez más eficaces en el logro de metas y en nuestras experiencias de felicidad.
- Saber parar y descansar, que la voluntad también se cansa. De hecho, el descanso es una estrategia autorregulatoria muy importante para fortalecer la voluntad. No solo de propósito vive el ser humano, también hay que darle espacio al placer y al descanso.
La felicidad es el fin natural del hombre, decía Aristóteles. A pesar de opiniones contrarias a lo largo del pensamiento filosófico, ¿podemos decir que las mujeres y los hombres del siglo XXI comparten todavía esta visión? ¿Y cuál es el consejo de María Luisa de Miguel para encontrar el hilo conductor que nos conduzca hacia la felicidad?
A mi se me hace difícil pensar en alguien que no quiera ser feliz, entendiendo felicidad en la acepción eudaimónica, de realización de nuestro potencial, de nuestro propósito en armonía con el resto de personas que conforman nuestra comunidad. Se me hace también difícil pensar que el ser humano pueda tener una necesidad y fin más importante que la felicidad, además de la supervivencia, que es como una condición básica. No solo estamos en este mundo para vivir (supervivencia), sino para tener lo que los filósofos antiguos llamaban una “vida buena”, una vida feliz, una vida plena, donde sintamos que aportamos nuestro talento, contribuimos al bien común y hacemos posible nuestro mundo ideal en el mundo real. Esto lleva implícito la voluntad y la práctica de ser mejor ser humano cada día.
Lo que defiendo en el libro es que el hilo conductor de nuestra felicidad es el propósito. Séneca decía que “La vida es como una leyenda: no importa que sea larga, sino que esté bien narrada.” Para ello necesitamos contar con un buen argumento, que nos lo proporciona el propósito. Además, será preciso que no perdamos el hilo argumental al escribir cada página y cada historia de nuestra obra personal. Lo que se traduce en que nuestras acciones estén conectadas a dicho propósito.
La voluntad nos ayuda a no perder ese hilo, a no desviarnos de la trama que queremos contar. Lo hace con determinación porque está motivada en el propósito, que es el punto de apoyo para mover todos los recursos, internos y externos que requiere una vida feliz. Dentro de esos recursos, es muy importante utilizar nuestra capacidad reflexiva para aprender de la experiencia y nuestro pensamiento crítico para poner en cuarentena todos los estímulos e información que nos llega y no dejarnos arrastrar por los impulsos, ejerciendo sobre ellos nuestra voluntad.
El mejor algoritmo de nuestra felicidad es el propósito.
Anna Conte
María Luisa de Miguel Corrales es directora ejecutiva de la Escuela de Mentoring, mentora sénior y coach ejecutiva acreditada como Máster Practitioner por EMCC (European Mentoring & Coaching Council) y certificada internacionalmente por AICM (Asociación Internacional de Coaching y Mentoring). Fue premio internacional en Mentoring 2015 por la EMCC (European Mentoring & Coaching Council). Además, es miembro del consejo editorial de la International Journal Mentoring & Coaching de EMCC y vicepresidenta de EMCC Spain. En la actualidad es consultora y formadora con más de veintidós años de experiencia en el campo del mentoring, el coaching, el liderazgo, la gestión del talento, las habilidades directivas y la diversidad. Ha desarrollado programas y formaciones para grandes organizaciones en España y Latam. También es autora de los libros El arte de preguntar en el mentoring, Vine a ser feliz, no me distraigas y Mentoring. Un modelo de aprendizaje para la excelencia personal y profesional (Ed. Pirámide, 2019).